Carlos Egaña
Esta entrevista fue publicada en el cuarto número de la revista Desorden en 2017, y hoy la publicamos en homenaje al maestro Von Dangel.
Hay quien diría que Miguel Von Dangel, como Rubén Darío, tiene “manos de marqués.” Su padre fue un aristócrata y zoólogo polaco; su madre, alemana. Parece trágico que hayan huido en 1950 de una Europa consumida por el fascismo, para caer en el país que saludaba a Pérez Jiménez. Pero sin el viaje, no habría artista del barroco más provocador, de una América marginal que busca trascender.
Hay quien lo tildaría de demonio, a pesar de su protestantismo diletante. Ya es chisme de museo aquello de que en 1972, el sacerdote de la Catedral de Caracas haya arrojado del Palacio de las Academias el cadáver de un perro crucificado, genio de un joven Von Dangel que no pretendía profanar, sino retratar su entorno. Sus ilustraciones eróticas, ajenas a cualquier pudor, también podrían alentar el prejuicio.
Lo cierto es que luego de que estacionásemos el carro frente a su casa en Petare, discutiésemos sobre las posibilidades del collage aplicado al cómic, recorriésemos cada rincón de su casa y observásemos el polvo y la luz de toda su obra, Daniel y yo nos supimos ante lo diferente vuelto grandeza. Sus palabras e imágenes –que para el artista plástico, son lo mismo– son relámpagos en una ciudad que ha hecho del caos cosa serena. Al menos de eso quedamos convencidos tras unas cuantas tazas de café.
“La sabiduría sobreviene cuando ya no tienes esperanza. Ese es un regalo que nos dan las dictaduras: nos liberan de toda esperanza. Y nos devuelven, en cierto sentido, la fe. O sea, la fe es desinteresada: yo la tengo o no la tengo,” dice el maestro luego de mostrarnos sus cuadernos del Desesperanto. Se prende una panga, luego otra, y luego otra. Mientras pronuncia sus experiencias bajo humaredas, Daniel y yo nos empequeñecemos en admiración. Lo sublime está en presencia.
–¿Cómo podemos contrariar la censura en un país donde se desestimula la crítica por “hacerle el juego al otro bando”?
El problema allí es que si contrarías la censura, podrías estar estimulándola, podrías estar fortaleciéndola. Hay que tener mucho cuidado con eso. Tienes que tener cuidado más bien de no exacerbar la censura. Y eso es lo que sucede frecuentemente también. Si con poca inteligencia te metes con la madre de un líder de ellos, le estás dando pie a que ellos te contraríen y les das fuerza… Con inteligencia, no hay otra manera. Con ideas distintas a las de ellos.
¿Tú conoces la Proclama del grupo La Alborada? Allí tienes, con ideas, ¿no? En 1910, el grupo La Alborada suelta esta maravilla, no sé por qué no la han usado in extenso las oposiciones acá. ¿Me la quieres refrescar un momentico? Son dos páginas, lee los primeros párrafos:
Venimos a lanzarnos una serie de proclamas de guerra.
Cien años habéis vivido en medio de la guerra, y el estado material no debe ser cosa nueva para vosotros.
Pero la guerra de que os hablamos no es la guerra en que hasta ayer hemos vivido, guerra de cabecillas, pugna de aventureros empeñados en conquistar fortuna y predominio bajo el pretexto de partidos engañosos, autorizados por banderas vacías de sentido, á costa de la vida, del pueblo y de la honra de la Patria.
En nuestros ejércitos no hay generales, nosotros no usamos más armas que las plumas, ni más reductos que las tribunas, los escenarios y las imprentas.
La guerra que proclamamos es LA REVOLUCIÓN DE LAS IDEAS. Es necesario modificar, renovar las ideas, ó mejor dicho; es necesario desarraigar y tirar lejos los tercos prejuicios, los positivismos interesados, y sembrar en su lugar ideas, ideas sanas, ideas serias, ideas fuertes. Las ideas, oídlo bien, son las únicas, las únicas semillas que pueden desarrollarse y florecer y dar frutos para el mañana. [1]
–Así como la imagen barroca fungió como instrumento propagandístico para el catolicismo en la América colonial, ¿cree que quienes detentan el poder hoy en Venezuela han hecho uso de cierta imagen para imponerse e imponer un modo de entender el mundo?
Es curioso, pero ellos no tienen imagen. Ellos no han logrado un ícono. Han usurpado un par de imágenes, las han adecuado a su pseudo-revolución; pero ellos no tienen imágenes creativas propias. Son unos parásitos en ese sentido. ¿Tú tienes algún ícono propio de ellos?
–¿Los próceres? Aunque claro, los preceden.
No son de ellos, no son de ellos. Son tanto de los unos como de los otros. Producir íconos o saber que los están usando a conciencia, no tienen. Ellos no tienen creatividad. Son a lo sumo reproductivos o regurgitantes. Cómo se llaman esos animales: rumiantes. De cierto sensacionalismo.
Y por eso es que son complicados de enfrentar, de algún modo. Es una habilidad, una sagacidad de parte de ellos. Una sagacidad estructural. Tú no puedes entrompar a un intelectual de ellos. Dime uno, un pensador.
–¿Luis Britto García, tal vez? Es lo que más se asemeja al oficio, al menos.
Sí, sí. Ahí fallaron los cuarenta años, también, ¿no? En el sentido del poco rigor que se exigía, de la poca relevancia que se les dio a los intelectuales –a los verdaderos intelectuales. Pero fíjate que son sobras del banquete democrático, lo que ellos regurgitan. No han creado gente nueva. Mal que bien tiene casi veinte años en el asunto. Tenían otros veinte años luchando contra la democracia solapadamente. No han producido un pensador.
Ojo, eso es bien peligroso, ¿no? El diablo es una sombra, no es una imagen: no tiene asidero. Es más complicado que simplemente enfrentar al Guardia que mata al estudiante. Fíjate que ellos los sacrifican después. Si uno de esos esbirros sale fotografiado, le hacen un juicio, desaparecen de la escena. Pero tú no agarras el fondo de la vaina. Estás trabajando con una especie de quimera, de vacío que te engulle a la larga.
–¿Cómo constituir nuestra identidad a través del arte, en un siglo en que nuestras únicas opciones políticas parecen ser un mercado que todo lo abarca, o un nacionalismo que niega la mínima influencia extranjera?
Mira, tienes razón, pero tendríamos que tratar de desligar –y ahí caemos en una trampa dialéctica– lo que es el arte y la estética de la política, necesariamente. Porque no son sinónimos. Se deben retroalimentar: son dependencias mutuas. Encontrar un equilibrio allí va a ser un poco la labor de lo que estamos haciendo.
En tanto a la identidad, nuestra identidad –tú bien sabes–es buscar la identidad. Nosotros no tenemos identidad en ese sentido. Nuestra identidad es la necesidad de encontrarla. Y esa vaina es muy fecunda, porque nos permite andar en esa búsqueda permanentemente. No la damos por concluida de algún modo.
Las culturas cuando encuentran su identidad, empiezan a decaer. Roma cuando se convirtió en el Imperio y lo supo, comenzó a decaer, no le quedaba de otra. Mientras sigamos buscando, estamos vivos, ¿no?
–En De la casa amarilla de Van Gogh a Caño Amarillo, escribe: “decía Joseph Beuys que la única manera de aprender arte es a través del sufrimiento y del dolor.” ¿Cree que nuestra situación mísera dé paso, o esté dando paso, a un arte bueno?
Hay un problema con la época que estamos viviendo, que es la inmediatez, y la exigencia de una respuesta inmediata. Yo no sé si tú estás al tanto de que Goya pintó los fusilamientos de mayo diez años después de haber sucedido. Es decir, el arte necesita un tiempo distinto. Por ahí anda un político que se la pasa diciendo que los tiempos de Dios son perfectos; sí, ¿pero cuáles son los tiempos de Dios? No son los míos, evidentemente. Es decir, ¿cómo calibro yo eso?, ¿hasta dónde una cultura asienta y asimila la obra de sus artistas? Esa es la tragedia de muchos artistas de Occidente: que se adelantan a su momento. Tú no vas a arrastrar la sociedad contigo, eso necesita un tiempo. El ejemplo de Goya es muy pertinente. Van Gogh no vendió ni un cuadro en su vida y se murió de hambre como un güevón y se suicidó. Hoy en día son los cuadros más caros del mundo. ¿Necesitó ese tiempo? Ahora necesita un reflujo hasta que esa vaina se normalice otra vez, me imagino –o se neutralice, de algún modo. Pero los tiempos políticos, de la urgencia de un candidato que tiene que reventarse ya para lograr el poder, ese es su problema; ese no es el problema de la sociedad ni de los artistas ni de los religiosos ni de los filósofos. Entonces, no sé hasta dónde el político es mucho más oportunista –y tiene que serlo– que un artista que puede proyectarse: tú te puedes proyectar para dentro de doscientos años. Pero un político no puede hacer esa vaina, ¿no?
Ahora, interesante, si es un político moral y ético, ¿por qué no? Puedes pensar que estás trabajando para tu país, para dentro de tanto tiempo. Pero estos tipos son inmediatistas: los unos y los otros. Los unos porque si no se roban todo lo que puedan ahorita, saben bien que les van a poner los gatos en la vuelta de la esquina. Y los otros porque necesitan ponerse urgentemente del lado de la teta, porque si no se les pasa el tiempo.
Ese es otro de los mitos fatales que tenemos en Latinoamérica, en Venezuela, específicamente. El de que ser joven es ya sinónimo de heroísmo y de ideas nuevas.
–Un personaje que menciona bastante en sus textos de los noventa es Felipe Guamán Poma de Ayala, un cronista indígena, subalterno, que a través de la imagen y la escritura hizo una crítica radical al sistema colonial del Perú, aunque sus propuestas de cambio iban dirigidas al rey. ¿Acaso quienes estamos fuera del sistema estamos obligados a acudir a él para cambiar el mundo? ¿O se puede “cambiar el mundo sin tomar el poder” a través del arte?
Mira, el poder del arte se reduce a poder hacer, y al derecho de defender ese poder, y la exigencia de que se respete ese poder. Los artistas en el poder son terribles: mira a Adolfo Hitler, por ejemplo, mira a Winston Churchill. Esa vaina costó un par de milloncitos de seres humanos. Yo no creo que el artista tenga que tener otra noción del poder que no sea la de su trabajo, de poder hacerlo y que se le permita poder hacerlo.
¿Te parece poco? Es muchísimo. En las culturas donde se ha logrado eso, es mucho lo que se ha hecho. Un artista no debe aspirar a ser poderoso, rico, glamuroso, fashion. Hay ciertas normas que yo en lo personal respeto, es una disciplina espiritual, mal que bien. No una disciplina materialista, por anacrónico que suene en este momento decirlo. Desde luego, ya los carajitos están trabajando, tienen veinte años y ya están pensando en el MoMA y ya dicen que tiene derecho a vivir de su trabajo…, yo vengo de otra escuela. Vengo más bien de ese romanticismo tardío: uno sabía que tenía que sufrir, como dice Joseph Beuys, y no tienes que esperar recompensa. Tu recompensa es el enorme privilegio de ser artista.
“Si Dios me lo permite,” insiste Von Dangel, hará de su última obra un reflejo de nuestra reducción como ciudadanos. A la manera de Robert Walser, el petareño pretende minimizar sus desnudos y flores, entre otras ilustraciones, sin alcanzar jamás el silencio. Con tickets de Metro como soporte, sus relámpagos serán flecha y punta de lanza.
Al despedirnos, nos sonreímos cómplices de la irreverencia –incluso ante el formato tradicional. Hemos entendido: ya trascendimos lo último que se pierde, la esperanza. Queda la fe, un mínimo atisbo de fe, para abrirle huecos a la sombra que nos domina.
[1] Salustio González Rincones, Salustio González y la generación de La Alborada (Caracas: Celarg / Conac, 1998), 433.
Carlos Egaña (Caracas, 1995) estudió Letras en la Universidad Católica Andrés Bello. Actualmente cursa la maestría en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York. Es autor de los poemarios Hacer daño (Oscar Todtmann editores, 2020) y Los Palos Grandes (Dcir ediciones, 2017), publicado bajo la tutela de Edda Armas y Carlos Cruz-Diez, y escribe sobre arte, política y cultura pop en Prodavinci y El Estímulo.
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