Annabel Petit Alvarado
Reseña
Pedro Marrero es un desconocido amigo cercano que tal vez conocí varias veces unos años atrás. Pero la última vez que lo conocí fue en su silla de ruedas, en una azotea en La Pastora, una feliz tarde justo antes de la cuarentena. Su calidez mezclada con su carácter rotundo tuve la fortuna de apreciarlos bien pronto, en ese encuentro que nos reunió a varios en la tierra encantada que puede también ser Caracas con sus heridas, como si se tratara de un sudor de fiebre feliz. Confieso la vergüenza de no haber sabido mejor cómo dirigirme a él en ese momento. También creo que de eso se trata todo con cualquiera, incluso conmigo. Ser tratados en un momento, concentrarnos inmóviles en un todo en torno. Mi registro era un cuaderno, un dibujo mental, una sensación, un afecto etéreo y respetuoso. Me di cuenta de algo que no sabía que me estaba dando cuenta, y es ingresar a la sana tierra de la diferencia para llegar a la unidad. Y registro de entonces que este fue un ingreso dinámico en el espacio diverso que propone toda identidad desde sus márgenes. Un ingreso dinámico y contundente desde y hacia márgenes no reconocidos, que corroboro en los cuerpos trazados de Pedro en su cuaderno y que comparte en su redes y espacios. En retorcimientos sensoriales sobre el papel, en sus alusiones pulpares, en el tacto que conlleva ver lo que hace y sentirse tocado. Una sinestesia desde el papel a la imaginación. Cada margen recorrido ha sido pensado por él para serlo, cediendo su parte del diálogo para que sea nuestro, para que pueda acogernos.
Este trabajo, este obrar siendo me convida a ver y a pensar. Es una poética de la forma en movimiento, palabra, dibujo y voz. El trabajo de Pedro me convida y no puedo evitar usar la primera persona, porque es ante el ser presente que uno desea comprender al otro y comprenderse a sí a un tiempo. Si Pedro es, nosotros somos al ver su trabajo. Y es la voz desnuda la que lo llama y lo que él parece llamar. Esa voz desnuda que nos reúne, nos compromete, en su arte ya volcado desde el cuaderno al cuerpo. Y nos compromete sin ser performático, pero nos interpela porque así es. Como nos ha dicho Hannah Arendt, imaginar es un prerrequisito de comprender. Imaginar otro tan distinto es comprender que somos tan iguales. Y si bien estoy uniendo política y sensualidad, hay artistas que lo determinan así. Pedro es uno de ellos.
La poética de su trabajo respira, camina, baila, galopa con él. Y de allí reflexionar qué es lo diverso; qué es lo nos identifica a todos. Acaso sea este deseo de desplazamientos. De desplazamientos que son sensaciones. Y Pedro siendo idea es la piel de sus ideas. Cuerpo de sus palabras es también su escritura. Escritura de sensaciones es cada dibujo.
En el trabajo de Pedro fluyen y chocan mercuriales los márgenes del cuerpo y del reto físico, que no el reto intelectual y el reto de ser siendo, porque el artista se trabaja, y Pedro trabaja desde su cuerpo todo el tiempo. Pedro es persona siendo; siendo porque se mueve y siendo cada vez que convoca ese movimiento. Es Pedro y es por su cuerpo. Su territorio es el movimiento en expansión, en circularidad, en sensualidad.
Una danza intelectual ocurre con sus cuadernos, como si un falocentrismo amoroso pudiera emanar de cada dibujo entre pigmentos rosados y tintas negras lacerando un papel, quizá amándolo, complaciéndolo por donde sea. Mencioné antes que Pedro es calidez y carácter, y vinculo su presencia con su trabajo, donde no puedo dejar de sentir un Eros. Es curioso lo daimónico de este dios está en el transitar y el raptar transeúnte, veloz, físico. Llevarse al castillo a Psique para que ella comience a elaborarse a consciencia en su amor. Ese es el mito. Se me ocurre que algo daimónico se convoca al ver los cuadernos de este artista. Por otra parte amplios recorridos inusuales, intolerables a veces a la simple vista al Pedro proponer estas elipsis que se anudan y desanudan desde y en torno a él, porque la elipsis es este movimiento expansivo. Pero es que en esa provocación, en eso que se traza junto a lo escatológico se desliza de nuevo una sensualidad reptílica, la de Eros dragón secuestrando a Psique abandonada: moviéndose a través de lo que va a emocionarnos y que nos enlaza y libera con la llamada inesperada e intensa de su trabajo. Y que también nos expande, como la reflexión, como la comprensión, como el placer.
El arte del Shibari es un arte japonés que consiste en amarrarse para someterse placenteramente, con registro del dibujo en el cuerpo del pulso y fuerza de un nudo magistral.
Un nudo hermoso y sólido envuelve el cuerpo para desanudarse luego. Pedro se entrega a este arte, es parte del mismo en una práctica. Este el mismo cuerpo de la silla de ruedas, la misma sensualidad de lápices en un cuaderno. Quiero pensar – no sé si desde el rapto erótico del arte, no sé si como aérea razón, ni sé si como cuerpo dionisíaco, y quizá todo ocurre a la vez- que estos cuadernos lo acompañan como atrevimiento de revisión del pudor. Quizá la huella de Hefesto desde la fragua obrando belleza sobre la forja del cuerpo en formas, en torsiones: Atreviéndose no sin dolor a que cualquier tipo de pudor sea desnudado. Desanudado. Como un atrevimiento a llamar desde el cuerpo de la razón lo que todo cuerpo clama con la carne. Esta es la más compartida de todas las aspiraciones, que nuestros trazos sean voces y que sea sensorial su cercanía. Que la voz sea sensualidad y un lápiz sea cuerpo. En eso tal vez estamos o tal vez podamos un día estar. Por suerte una tarde en Caracas conocí esta poética de herrajes, ofrendas y tintas.
Annabel Petit Alvarado (Caracas, 1978)
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