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Apuntes/Collage

Un cuaderno abierto


Mary Martínez Torrealba


Cápsulas


 

Desde pequeña me ha gustado cambiar mi tipo de letra. Cada vez que tengo frente a mí un cuaderno nuevo -esos objetos maravillosos que son un tesoro- trato de decidir cuál podría ser el tipo de fuente que usaré para llenar las páginas. He probado escribir en LETRA DE IMPRENTA y también he probado hacerlo en cursivas al mejor estilo Palmer; en ocasiones puedo tener una letra d e s o r d e n a d a y a m p l i a y raras veces he logrado un tipo de letra más sensata y concisa. Todo es posible y en muchos casos el tipo de fuente puede estar sujeto a mi estado de ánimo. Pero esa es otra historia.


El caso es que ese impulso de cambiar la letra es un juego constante, es una necesidad de experimentar con la escritura a mano. De allí que tomar apuntes sea una aventura, una oportunidad de jugar. Y ese juego se me hace aún más evidente desde la experiencia del taller Claves para (in)tentar un collage que dictaría Rafael Castillo Zapata hace tres años en el Centro Documental Sala Mendoza (Fig.1). Al revisar mi cuaderno de notas para el taller, una libreta mínima color turquesa de un poco más de 10 cm, me (re)encuentro con esa idea de juego que resuena en el collage.


Figura 1


Hoy me atrevo a compartir algunas imágenes de mi cuaderno como un breve esbozo de esta idea de tomar apuntes y hacer collage. Y más allá de revisar lo que anoté, este ejercicio –caprichoso- es otra excusa para hablar de la imagen y de su construcción desde diversos recursos, pues la palabra tiene una cualidad visual sobre la página en blanco, que también es una suerte de plano. Incluso René Magritte hizo referencia a cómo las palabras en un cuadro tienen la misma sustancia que una imagen [1]. Sustancia que puede ser muy evidente. Sin embargo, no es mi intención hacer una comparación o trasladar tal premisa a mi cuaderno abierto, solo la evoco como un aroma lejano que me resulta familiar.

Me permito entonces abrir mi cuaderno y hacer una (re)lectura de mis apuntes desde lo que muestran y desde lo que dicen que, en muchos casos, es lo mismo. Con la distancia de tres años y con el cariño que se instaló en mí hacia ese espacio de los sábados en la mañana, hacia la mágica elocuencia de Rafael y hacia la experiencia del collage junto a todos los que participamos, hago este ejercicio de analogía pues descubro en mis apuntes algo más que el registro.


Figura 2


Recuerdo que comencé a anotar con la misma emoción con la que intento un collage. Y al ver mi cuaderno me doy cuenta que lo asumí, sin conciencia de ello, como otro collage: pues tomar apuntes es un ejercicio de selección que depende de lo que nos resulta llamativo, de lo que escogemos, de lo que nos atrae. Como sucede con el collage. Algunos anotamos con todo el detalle posible, otros escribimos apenas algunas palabras o frases que en el aire de la página encuentran sentido. Otros podemos hacer algún dibujo relacionado con lo que estamos escribiendo o podemos usar flechas, líneas, corchetes, paréntesis. Hay muchas maneras y recursos para dar sentido a lo que dejamos por escrito. Y así ocurre con el collage: comenzamos a recolectar imágenes que nos atrapan, imágenes que queremos tener cerca para combinarlas y darles una lectura propia. Y allí coinciden nuevamente: los apuntes, como el collage, son una práctica íntima, de condición reservada pues cuando estamos anotando o haciendo un collage establecemos un diálogo interno, repetimos las frases en nuestra mente al anotarlas (quien escribe lee dos veces, según leí en alguna parte) o repasamos una por una las imágenes recortadas hasta que logramos la alegre coincidencia entre ellas para proponer así una nueva lectura, de la imagen.


Entonces, tomar apuntes también es componer. No estoy diciendo nada nuevo, pero me resulta pertinente decirlo ante la imagen del cuaderno abierto que concentra frases y palabras cada una con su estilo y ordenadas de una manera particular. La palabra disposición, por ejemplo, aparece escrita en las primeras páginas con un tipo de letra curvilínea, infantil -y quizás un poco cursi- que la destaca de las demás (Fig. 1).


Figura 3


Esa disposición no solo refiere a la forma en que nos disponemos ante el ejercicio del collage, sino también a la manera en que se disponen los elementos, en cómo se ubican. La palabra disposición en mis apuntes se ha hecho literal, autoreferencial (quizás por eso está subrayada con dos elocuentes líneas curvas): disposición para escribir de cierta manera, disposición de las palabras sobre la página en blanco.


Podría decirse que lo que me ocurre hoy con mis apuntes del taller también es una situación epifánica, como bien acotaba Rafael sobre el collage (Fig. 2). Pues mis notas encierran en sí mismas una orgánica presencia entre distintos tipos de letra, unas más grandes, otras más chicas, todas jugando entre sí. Y es que el collage también es un juego, es una experiencia lúdica que enfrenta al cálculo y al azar como instancias del proceso creativo. Ese cálculo responde a nuestra intención de emparejar o crear armonías entre imágenes de distintas naturalezas, formatos u orígenes, pero, a la vez, sucumbimos al azar sin tregua que en cualquier momento puede desordenar los recortes sobre la mesa y crear otra cosa. Es el mismo cálculo que me llevó a escribir ES UN JUEGO como un recordatorio perenne dentro de la hoja, a una escala importante. Y es el mismo azar que me hizo hacer un dibujo cuasi geométrico para acompañar esa bella denominación: poetas de la imagen (Fig. 2).


Posiblemente ese mismo azar es el que me llevó a cambiar la orientación del cuaderno para seguir anotando (Fig. 3). O quizás fue un momento de apertura hacia los acontecimientos. El collage se explica en muchos casos desde esa apertura hacia lo que puede ocurrir, una expectativa constante que es familiar al juego, a la libertad de crear. Y también es una apertura hacia lo que dicen los materiales, se gesta una negociación con los mismos y creo que, en el caso de este cuaderno, ocurrió algo semejante. Un cuaderno de esta escala y formato hace viable un cambio de orientación en la lectura, de lo horizontal a lo vertical; es un cuaderno que parece de juguete, por lo tanto había que jugar.


Figura 4


Y en mis apuntes aparece otra idea: el valor visual de la tipografía (Fig. 4). Ese valor me remite a esa sustancia de la cual hablaba Magritte, pues las palabras y cada una de las letras tienen una presencia que no se ata solamente a lo que dicen o al cómo suenan sino a cómo se ven. Al ver estos apuntes, con una lógica distinta en cuanto a tamaño de letra, orientación, cursivas versus letra de imprenta, pudiéramos ver la página como un todo, como un ejercicio compositivo que en vez de leerse –aunque nos sea inevitable para quienes leemos en castellano- puede verse. En el collage otra lógica también se instaura y allí la tipografía asume ese valor visual con una autonomía desafiante (Fig. 5). Magritte lo tenía muy claro.


Figura 5


Otra cosa ocurre con los apuntes. Al leerlos de nuevo, comenzamos a atar el lugar de origen de esas ideas, hacemos conexiones con otras premisas que hemos leído en otros textos, tratamos de recordar el momento en que anotamos esas frase pues son eso: fragmentos, retazos de algún concepto o de un discurso mucho más amplio. El collage nos advierte esa misma práctica. Al ver distintas imágenes reunidas estamos tentados a buscar el origen de esos fragmentos, de ese despojo que adquiere una relevancia nueva. El collage es un cúmulo de esos fragmentos, es un breve espacio de encuentro y disonancia que cobra un sentido inesperado. Por esto estoy tentada a decir que tomar apuntes es hacer collage. Y me atrevería aún más a plantear que hacer collage es una manera de tomar apuntes, pues con el collage hacemos registro de esos fragmentos, los ordenamos, jugamos con las posibilidades, los pegamos en el papel para dar acuse de recibo de esas imágenes, para dar orden a nuestras ideas visuales.


Este ir y venir entre apuntes y collage quizás es solo una excusa para hilvanar dos prácticas del gozo como escribir a mano y pegar papeles. Quizás sea un argumento para hilar cosas que pudieran parecer disonantes. En el fondo, la necesidad de explicar, comprender o más bien, de sentir el mundo desde la experiencia estética es lo que me lleva a crear este relato delirante que comenzó con un cuaderno en blanco y las ganas de jugar con mi tipo de letra.


Figura 6


 

[1] En Michel Foucault, Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte, Eterna Cadencia, 2012.

 










Mary Martínez Torrealba (San Tomé, 1985). Licenciada en Artes y Educación por la Universidad Central de Venezuela (UCV), actualmente residenciada en Buenos Aires, Argentina, donde trabaja en la galería Herlitzka+Faria.

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