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Las resilientes de Andreína Franceschi

Annabel Petit Alvarado


Reseña


© Amandine Marrero


Resiliencia


Del ingl. resilience, y este der. del lat. resiliens, -entis, part. pres. act. de resilīre 'saltar hacia atrás, rebotar', 'replegarse'.

1. f. Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbados o un estado o situación adversos.

2. f. Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido.



Las resilientes de Andreína Franceschi


Para Andreína el nombre de su serie de cerámicas es y debe ser resilientes, aun cuando en nuestro contexto se utilice tan ostensiblemente esta palabra, ya sea para describirnos como gentilicio o para referirnos al periplo enjaulado de la lucha cotidiana. Y quizá como nuestro tiempo interior esté amenazado siempre por ese tiempo afuera que nos encierra y determina, vemos en las resilientes de Andreína, tan tenaces y flexibles, la incomprensible fuerza del impulso de permanecer , renombrando lo que creemos saber de ellas. Ser resilientes trata pues del imponerse incluso a un calificativo usado de manera constante. Ser resiliente no es otra cosa que la acción de ser resiliente.



I


La cerámica pasa por los avatares del espacio en los que habita. Espacios en los que ha sido creada en medio de todos los posibles tropiezos prácticos que su devenir acarrea: los malos entendidos provocados por su naturaleza quebradiza dentro de un taller que es casa dentro de otra casa, salón de investigación y espacio de horneado. Por ello las resilientes a veces parecen retazos de piezas en fabricación, criaturas sueltas, minúsculas, prestas a desaparecer en pos de otro destino, quizá para salvarse, para escaparse, o para liberarse de cualquier etiqueta, desafiando una categoría y perteneciendo a una botánica independiente. Ellas viven en un caos ordenado que las exhibe y las contiene, pero también las explica. Las resilientes contemplan, viven, están siendo en desconocimiento de sí, pero son a pesar de lo que vemos en ellas y queremos nombrar.


© Amandine Marrero


II


Dispuestas en el taller, las piezas se ocultan como parte del mismo a simple vista – acaso toda obra pase por este camuflaje antes de ser mostrada y esto es parte de su reafirmación de vida, de su resiliencia- ; ellas han adquirido una vida propia teniendo como mediador a la artista que las forma. Andreína ha entendido este espíritu expresivo, y el brote de su propia respiración. Por eso a pesar de la palabra manida por medios de comunicación, discursos políticos y ecos activistas de redes sociales, las resilientes enarbolan su cualidad ontológica revelándose en la inmediatez. Ellas se imponen al retomar una denominación que puede no decirnos nada porque nos suena a la hueca repetición de una misma palabra. Pero en la cerámica hueco no quiere decir vacío, por ello la palabra se llena de valor significativo otra vez cuando el arte de Andreína nos recuerda persistiendo – resiliente- cuál debe ser el nombre de su trabajo.


© Amandine Marrero


III


Las resilientes nos muestran a través de su naturaleza su inmanente individualidad. Comprendemos en sus formas cómo es que logran existir y nos recuerdan la emoción que nos permite significar el término de nuevo sin preocuparnos por su pertinencia. Es posible entonces que la pertinencia de la palabra pueda compararse con la perdurabilidad del material. La arcilla como materia de trabajo pasa de ser dúctil y maleable a ser frágil y quebradiza. Es el deseo lo que definirá su devenir, y un deseo que desea someterse a cambios en su adaptación al hábitat que la rodea. El impulso de vida es reflejado en la intención de seguir siendo a través de una materia o a través de una palabra. En este caso apreciamos con fascinación las formas que viven en esta serie, renombrándose con los significados de la acción que describen: la que escala por una pared; la que habita el doblez de una esquina; la que vive en un rincón en dinámicas imperceptibles. Las cerámicas de Andreína son así hojas inéditas, flores inesperadas, seres de una biología fantasiosa de libro de ciencias, que construyen su mitología en el ecosistema trastocado por el tedio del día a día. Sus resilientes se han impregnado de los rastros de color del agua, del verde terrestre o del ocre enrojecido por el horno de transformación que les ha permitido ser. O que les permite existir más allá de un verbo (¿resilir?) que no se encuentra en español y nos ha dejado para su uso prolífico un calificativo para denominarnos en tiempos de crisis.


© Amandine Marrero


Quizá en cámara lenta o con rapidez invisible, depende de cómo podamos atenderlo, el proceso de las resilientes nos recuerda a la definición de la Biología de que ninguna existencia olvida el código genético que ha de ser su proceso de vida. Los elementos a los que se somete toda existencia –la cotidianidad amenazada en quiebres al carácter; los calores inminentes que la rodean y producen su reaccionar; las dudas avivadas por la humedad o aridez de las propias opresiones- permiten a las resilientes de Andreína Franceschi la adaptación desafiante con que se nos muestran.


© Amandine Marrero

 





Annabel Petit Alvarado (Caracas, 1978)

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