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SIEMPREVIVA

Cristian Guardia

Mezzanina

25 de enero de 2020

Auge y caída: una canción de amor



Tubular es el espacio por el que pasa el humo que se convierte en palabras y caricias entre dos hombres presos en Una canción de amor de Jean Genet, el mismo autor que canta a la vaselina en su envase tubular en Diario de un ladrón. El humo se mueve por un espacio estrecho entre dos cuerpos, penetra, como para penetrar y lubricar es la vaselina. Formas tubulares que invocan dos condiciones y dos momentos que no son más que continuidad: auge y caída, unidos y ungidos por un hilo que compone una bella canción de amor. Lo monumental del sentimiento no se erige sino se vuelve agujero, hueco, lugar para entonar una poética que se mueve entre cavidades: “The mouth is not the only orifice that generates poetry; we must learn to listen to the hymns of our other openings, other lips” -apuntó Patrick Califia en su artículo The Necessity of Excess. Todos ellos, hilos, huecos y tubos que conectan las ocupaciones y preocupaciones de Cristian Guardia.



Canción de amor penetrable como en aquel sonoro fragmento de un poema de Severo Sarduy, “entrando en ti, cabeza con cabeza, / pelo con pelo, boca contra boca”, en estos trabajos descubrimos la figura priápica en sus formas inversas, las partes huecas que la componen, la aceptación de la caída como aquel al que se le quiebran las alas, la izquierda y la derecha, los dos lados de un mismo cuerpo político y politizado, generado y degenerado, golpeado y emancipado. Esa bella figura antiheróica blande un arma blanda que se tuerce y cae como virtud sin dejar de ser bella, sexual, deseosa, abierta como cuerpo democrático, penetrable como contradiscurso al coloso, al titán, al semental, al macho que se asocia a la rigidez, a la escala monumental, a la potencia sexual y, finalmente, al poder y la objetualización del hombre como héroe caricaturesco. Ante la imagen del macho superpoderoso, vemos aquí la de un héroe flácido y flexible, con fallas y caídas, de órganos y humores untuosos, como el Cuerpo secreto de Jorge Eduardo Eielson que confiesa, “Penetro en corredores tiernos / Me estrello contra bilis nervios excrementos / Humores negros ante puertas escarlata / Caigo me levanto vuelvo a caer / Me levanto y caigo nuevamente”.



La obra de Cristian Guardia nos invita a caer y, desde allí, componer, seguir, intercambiar, desear. Muestra su cuerpo de trabajo como cuerpo enamorado, penetrado, que trasciende el dominio del pene, que viaja a través de experiencias, visiones, reflejos, fantasías. Desde un episodio de priapismo dilatado y quirúrgico, desde el duelo, el dolor, el gozo, la soledad, desde la experimentación degenerada y sus rituales, desde la puesta en crisis de lo masculino y el paisaje como metáfora corporal, construye una escena de otro género incrustada entre revoluciones pasadas y futuras, entre miembros caídos y monumentos derrocados, donde la realidad y la ficción copulan tumbadas y perpetran -o penetran- una resistencia.



Ángela Bonadies

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