Luis Mancipe
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I
No llores la belleza cuando estés conmigo.
Hay un caos que me dio la vida.
El mitema de las cosmogonías suele ubicar el principio de toda existencia –divina y mortal– en el Caos. En su etimología la palabra proviene del griego xάος (caos), que a su vez deriva de la raíz protoindoeuropea ghen. Algunos de los significados que se le otorgan están relacionados con el desastre y el desorden, pero en su uso más primitivo caos quiere decir “bostezar” o “estar abierto”.
Charles Baudelaire, al final de la dedicatoria que hace “Au lecteur” (Al lector) –uno de los primeros poemas de Las flores del mal–, tras invocar a buena parte de la fauna de nuestros vicios, advierte que hay uno más poderoso que todos los demás, capaz de devorar al mundo de un bostezo: es el Tedio: “el ojo anegado de un llanto involuntario” (Baudelaire 28). Este “monstruo delicado” (Ibid), que nos hace a todos cómplices, semejantes y hermanos, es un principio creativo por excelencia. Es de ahí, de ese bostezo, de ese caos, de donde brotan el comienzo y el fin de los que esta vida nuestra es solo un medio.
Si pensamos ahora en el origen de la belleza, siguiendo la mitología griega, no será difícil imaginarlo cerca de aquel otro principio cósmico.
El nacimiento de Venus, 1482-1485, Sandro Botticelli, Galería Uffizi, Florencia
“En primer lugar existió el Caos” (Hesíodo 2), dice la Teogonía de Hesíodo. “Después Gea, la de amplio pecho, sede siempre segura…” (Ibid), es decir, la Tierra, nuestro planeta. Del Caos emergieron deidades tan primitivas como Tártaro, Érebo y Nix (la Noche), de la que a su vez nacieron Éter y Día, y por último, de los hijos espontáneos del Caos, cuentan las musas, llegó Eros: “el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos” (Ibid). Con la aparición de Eros se hace posible la primera copulación. De Gea nace Urano –a quien podríamos considerar el espacio– “para que la contuviera por todas partes” (Ibid), y este todas las noches descendía con su totalidad para cubrir a Gea. De esos encuentros en los que su falo sideral la penetraba, fueron naciendo el Océano y todas sus corrientes, y muchas otras deidades –a las que Urano obligaba a permanecer dentro de Gea, contra la voluntad de todos, incluso de ella. El más joven y más terrible de sus hijos fue Cronos (Tiempo), “el de mente retorcida” (Ibid). Gea, agobiada por las embestidas de Urano, conspiró con Cronos la castración de su padre. Así, una de aquellas noches totalitarias:
El hijo, saliendo de su escondite, logró alcanzarle con la mano izquierda, empuñó con la derecha la prodigiosa hoz, enorme y de afilados dientes, y apresuradamente segó los genitales de su padre y luego los arrojó a la ventura por detrás. No en vano escaparon aquellos de su mano. Pues cuantas gotas de sangre salpicaron, todas las recogió Gea. Y al completarse un año, dio a luz a las poderosas Erinias, a los altos Gigantes de resplandecientes armas, que sostienen en su mano largas lanzas, y a las Ninfas que llaman Melias sobre la tierra ilimitada. En cuanto a los genitales, desde el mismo instante en que los cercenó con el acero y los arrojó lejos del continente en el tempestuoso ponto [el mar], fueron luego llevados por el piélago durante mucho tiempo. A su alrededor surgía del miembro inmortal una blanca espuma y en medio de ella nació una doncella. Primero navegó hacia la divina Citera y desde allí se dirigió después a Chipre rodeada de corrientes. Salió del mar la augusta y bella diosa, y bajo sus delicados pies crecía la hierba en torno. Afrodita la llaman los dioses y hombres, porque nació en medio de la espuma, y también Citerea, porque se dirigió a Citera, Ciprogénea, porque nació en Chipre de muchas olas, y Filomedea, porque surgió de los genitales. La acompañó Eros y la siguió el bello Hímero al principio cuando nació, y luego en su marcha hacia la tribu de los dioses. Y estas atribuciones posee desde el principio y ha recibido como lote entre los hombres y dioses inmortales: las intimidades con doncellas, las sonrisas, los engaños, el dulce placer, el amor y la dulzura. (Ibid)
Entre Afrodita y Urano hay una distancia muy corta de potencias grandiosas: Cronos como partero castra a su padre, de la sangre caída nacen las Erinias, los Gigantes y las Melias; no ya de la sangre sino de la blanca espuma de Urano nació la belleza, Filomedea: philo (amante) medea (miembro): la nacida del falo. Afrodita es incluso anterior a Zeus en la jerarquía del cosmos. De ahí podría explicarse que a las sustancias que se usan para adornar o embellecer se les llame “cosméticos”, por ejemplo.
De las imágenes que arrojan los mitos griegos jamás podrá decirse todo, y sé que muchos han dicho más –y mejor– de lo que yo pretendo en este ensayo. No es mi intención enseñar algo en relación a estas cosas. Mi deseo es otro: contar algunas de las impresiones que me ha causado Sophie Fustec, mejor conocida como La Chica, compositora, cantante y pianista franco-venezolana.
II
Abro y cierro
‘toy cercana ‘toy muy lejos
abro y cierro, es un misterio
La primera impresión vino de “Oasis” (2015).
“Oasis” (min: 0:29), La Chica, dirigido por Marion Castéra
“Oasis” (min: 0:29), La Chica, dirigido por Marion Castéra
Estas primeras imágenes son especialmente elocuentes para mostrar esas fuerzas bidireccionales de los procesos creativos de La Chica. Por un lado el mise en abyme (esa imagen dentro de la imagen, dentro de la imagen) en la boca de Sophie, como un bostezo, y después un rostro estallado, contenido por los ritmos de la canción.
El pulso, el flujo cósmico, el movimiento centrífugo y centrípeto, de los que habla el poema que se nos canta en “Oasis”, ya desde ese primer EP, me permitió intuir esta poética de la belleza y el caos. Sin embargo, no se trata de una obra primitiva, fundacional, como la de Hesíodo. Aunque funde imágenes y ritmos, lo hace de manera fragmentaria, bilingüe y moderna. La poética que propone La Chica es inseparable del collage, en todos los ámbitos de su proyecto: letras, música y visuales.
El video, dirigido por Marion Castéra y producido por Temple Caché, consiste en el discurrir de un lienzo que se va transformando frame by frame (cuadro por cuadro): técnica e imágenes que serían muy difíciles concebir sin una pantalla.
“Oasis” (min: 1:12), La Chica, dirigido por Marion Castéra
Este collage que elegí, de entre los muchos que aparecen a lo largo del video, lo tomo porque me trae recuerdos del auge que tuvo esta técnica a principio del siglo XX, de ciertos reflejos siniestros como en la obra de Hannah Höch y otros dadaístas. Pero los ojos cerrados en el centro de esta imagen alcanzan, en la constelación de mi memoria, una composición que no es precisamente un collage: Je ne vois pas la cachée dans la forêt (No veo a la escondida en el bosque), de Réné Magritte. En ella salen los integrantes del surrealismo, vestidos con traje y con los ojos cerrados –¿muertos, dormidos?–, alrededor de una mujer ideal, una mujer desnuda e ilustrada.
Je ne vois pas la cachée dans la forêt, 1929, Réné Magritte
¿Quién es la que se esconde en el emparrado de los sueños –o las muertes– de los surrealistas? ¿Quién es esa palidez sobre el fondo negro? Sabemos nosotros, casi cien años después, lo que sería la década de 1930 en Europa, pero en el momento en que todos ellos se toman la foto con los ojos cerrados (1929) y Magritte las coloca alrededor de esa venus –que no es una foto, y por ende tampoco es una pipa–, eran los años de la entreguerra. En el parpadeo de una década ocurriría el desastre. El arte y las ideas de los surrealistas lo vislumbraron: conocieron en cuerpo propio la Primera Guerra y eran partícipes y actantes de la combustión que entonces agitaba el mundo; e incluso André Breton escribiría aquella frase, antes del punto final de Nadja (1928): “la beauté sera CONVULSIVE ou ne sera pas” (la belleza será CONVULSA o no será).
No es casual que, después de estos ojos cerrados, el cuadro siguiente de “Oasis” sea la abertura.
En este otro collage, inspirado en Le Désespéré (El desesperado) (1843) de Gustave Courbet, la mirada terrible que nos interpela se podría hilar con un par de ideas escritas antes. La Chica no está rodeada de hombres, pero en este cuadro, como en Je ne vois pas la cachée dans la forêt, la feminidad sigue siendo centro. Y si pensamos en la violencia detrás del nacimiento de la belleza, en la convulsión que sufre Afrodita en el siglo XX y en los desastres de las guerras, no queda más que reconocer que este collage parpadeante se inserta en la antigua conversación de los gestos de la que hablaba Aby Warburg, y esta lectura de imágenes, aunque sugestiva, puede ser de cierta manera cierta.
La voz de La Chica en la tercera estrofa de la canción, envuelta en acordes electrónicos y frases de piano que recuerdan a Debussy, canta:
Un mar adentro me enseñó a querer
Y fui sola
A contemplarlo desde tan cerca me quedé muda
El precio es caro, el precio es caro
Conocer la belleza implica dar algo a cambio, un sacrificio creativo. Ese “mar adentro” del que emerge una educación erótica, a la que la voz accede desde la soledad de su cuerpo, se torna una imagen envolvente. Si lo que sugiere ese “mar adentro” es interior, o por el contrario, profundo y lejano de la tierra, es indistinto: para la voz que canta la distancia es tan corta que su contemplación la enmudece: “el precio es caro”, repite. ¡Qué tino el de Marion Castéra!, que al final de estos versos haga desaparecer el cuerpo de La Chica y se vaya revelando un caracol de oro, creciente, mutante, no deja de asombrarme. Psíquicamente la composición es hermosa y consistente. ¿No nació –también– Afrodita de una concha? Al menos así lo imaginó Botticelli.
“Oasis” (min: 1:12.2) - La Chica, dirigido por Marion Castéra
Esa espiral donde suena el eco del mar, que proviene del mar, se va a transformar hacia el final del video en una extensión de ese cuerpo continente de la cantante. Así, las próximas imágenes ya no serán collage sino mapping sobre La Chica. Otros elementos han de llenarla, ya no solo agua salada: plumas, vuelo, lava, fuego y selva se proyectan en la silueta de Sophie.
“Oasis” (min: 2:43), La Chica, dirigido por Marion Castéra
“Oasis” (min: 2:50), La Chica, dirigido por Marion Castéra
Y el último cuadro del video es un homenaje a Frida Kahlo. Una de las artistas latinoamericanas más representativas de esa tradición en la que obra, cuerpo, lienzo y naturaleza se (con)funden.
“Oasis” (min: 3:37), La Chica, dirigido por Marion Castéra
III
Hace mucho tiempo que la tríada platónica de lo bueno, lo bello y lo verdadero quedó relegada a lo ideal. La belleza en el ámbito de lo real, incluso antes de que llegásemos a esta velocidad acelerada que entendemos por modernidad, dejó de responder a los influjos de la moral. Esto no quiere decir que la belleza sea inmoral: no, simplemente es amoral, carece de ella y es siempre una potencia. Según Rimbaud puede ser incluso amarga, y para Baudelaire un sueño de piedra.
Con toda la ingenuidad –que no inocencia– de la que puede ser acusado, Giacomo Casanova –devoto, hijo y cautivo de Afrodita–, hacia el final de su vida escribió una frase muy verdadera en el “Prefacio” de Histoire de ma vie (Historia de mi vida) (1797): “Mis aciertos y mis reveses, el bien y el mal que he conocido, me han demostrado que en este mundo, tanto físico como moral, el bien proviene del mal como el mal del bien” (Casanova 2).
Por otro lado, Johann Wolfgang von Goethe –a quien, por cierto, Casanova conoció hacia el final de su vida–, en el Fausto (1790) –personaje al que solo se puede tomar por sabio–, apenas en sus primeras páginas, pone este diálogo en el que su protagonista conoce a aquel de quien se dice que “más sabe por viejo que por diablo”, y este último, Mefistófeles, artista y artífice, respondería a sus preguntas, pícaro y escurridizo, como podemos leer a continuación:
FAUSTO ¿Cuál es tu nombre?
MEFISTÓFELES Trivial me parece la pregunta
en uno que tanto desprecia la palabra,
en quien, muy alejado de toda apariencia,
solo trata de llegar a la esencia de las cosas.
FAUSTO Entre vosotros, señores, la esencia,
por lo común se puede leer en el nombre,
que lo indica con demasiada claridad
cuando se os llama Belcebú, corruptor y embustero.
Esto sentado, ¿quién eres tú?
MEFISTÓFELES Parte soy de esa fuerza
que siempre quiere el mal y siempre el bien provoca. (Goethe 101)
Sentado esto –como diría Fausto–, cabría preguntarse: ¿qué relación hay entre este Mefistófeles –corruptor y embustero–, las conjeturas del aventurero Casanova respecto al mundo físico y moral, y aquella diosa a la que, según Hesíodo, le fueron atribuidos como dote las intimidades con doncellas, el placer, las sonrisas y los engaños?
Del diablo, a quien la cristiandad ha reprimido por milenios, muchas veces se ha dicho que es capaz de cambiar de apariencia, y que su mayor virtud es hacernos creer que no existe. En defensa del diablo y de la belleza, vale recordar otro dicho muy antiguo, y es que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
En muchas ocasiones, enamorados de la belleza queremos convertirla en ideal, y le atribuimos potencias ligadas a lo bueno –cosa que quizá no es tan errónea como inconsciente: después de todo Lucifer era el más bello de todos los ángeles. Pero para hacer justicia a la verdad y la belleza, dejemos que estos versos de la cara ‘e diablo nos asistan.
“Sola” (min 0:27),La Chica, dirigido por Rémi Geoffrey
Dices que soy ángel,
Cuando quemé mi halo.
Me ves como la miel,
Cuando me siento veneno.
Piensas que tengo alas,
Cuando mi hogar es el infierno.
Dices que ves mariposas
En la luz de mis ojos.
Cuando con un solo zarpazo
Te arruño el alma .
Dices que me quieres a tu lado
Cuando yo ya me fui
Estos versos, en el video que dirigió Rémi Geoffrey, son cantados por completo en blanco y negro. Son las tomas de una Sophie que de alguna manera está velada, como dentro de un sueño, en un fondo negro –aunque un poco más difusa, en cierto punto del video, parece la escondida en el bosque.
“Sola” (min 2:23), La Chica, dirigido por Rémi Geoffrey
Y si tratamos ya no de pensar en las imágenes visuales sino en las imágenes acústicas –una de las ideas más bellas de Ferdinand de Saussure– nos damos cuenta de que el lenguaje poético va develando a partir de opuestos y contrastes un ángel que habita el infierno, y las imágenes que usa también remiten al alma. No que le pertenecen a ella como productora de imágenes, sino que estas representan a Psique. Cuando dice “Piensas que tengo alas, / Cuando mi hogar es el infierno”, de inmediato pensamos en un Lucifer femenino, ¿no?, porque después de todo canta una mujer, y en el video la vemos “levantar testimonio” en primera persona. La estrofa sigue así: “Dices que ves mariposas / En la luz de mis ojos”. Cuántas veces no hemos escuchado decir que los ojos “son las ventanas del alma” –nadie sabe de quién es esta frase, se la atribuyen a Cicerón, pero él no dice exactamente eso, y ha pasado a ocupar la gloria del lugar común–, y al mismo tiempo, Psique, la palabra que usaban los griegos para referirse al alma, también quería decir mariposa. Es esa mariposa, que revolotea en la mirada de La Chica, la que enseguida te advierte –porque canta en segunda persona– sin negar lo que ves, o admitiendo al menos que la negación es una capacidad: “Cuando con un solo zarpazo / Te arruño el alma”. ¿No puede ser, acaso, esa que arruña el alma, la misma que en el mito de Eros y Psique, fue capaz de herir a Eros en lo oscuro, cuando dejó derramar la esperma de un candelabro sobre el ala del hijo de Afrodita? Es cierto que en el mito Psique es más bien sumisa, y a partir de esa herida empieza su formación, después de que Eros la abandona. Le tocará enfrentarse a las tareas, más bien castigos, que le impone Afrodita –suegra celosa–, si alguna vez quiere recuperar el Amor. Pero de nuevo, Sophie no está cantando un mito como Hesíodo o Apuleyo lo hicieron, en el temp(l)o de su música no hay sumisión, aunque sí atención –hacia el final de “Sola”, La Chica le dirá a quien le canta: “Cuando tú me llamas yo te escucho”, aunque enseguida le confiese: “me molestas y te huyo”.
John Keats, el poeta de las negative capabilities (capacidades negativas), que admitía los opuestos para levantar sus imágenes, escribió dos poemas y de ellos solo quiero recordar unos pocos versos. Los primeros, a propósito de la escondida en el bosque, pertenecen a su famosa “Oda a Psique”, y dicen así:
¿Es que hoy he soñado o quizá haya visto
a la alígera Psique con los ojos despiertos?
Yo erraba por un bosque sin razón ni cuidado,
y observé de repente, turbado de sorpresa,
dos hermosas criaturas tumbadas en la hierba
(...) yacían en el lecho
de hierbas sosegados, abrazadas sus alas,
con labios distantes, que no se despedían. (Keats 155)
Y los otros son de la “Oda sobre una urna griega” –justo los últimos que dice el poeta ante esa ofrenda al Inframundo que es toda urna, a propósito de la amoralidad de la belleza:
‘Beauty is truth, truth beauty ─ that is all
Ye know on earth, and all you need to know’ (Keats 164)
(“La belleza es verdad, y la verdad belleza
─ no hace falta saber más que esto en la tierra”)
IV
Para cerrar, a manera de invocación
Llegado este punto he dicho algunas cosas sobre griegos, franceses, italianos, alemanes, un inglés y hasta un suizo, pero no debemos olvidar que la otra mitad terrena de La Chica está en América, principalmente en Venezuela; y por extensión, hay todavía otra mitad, más espiritual –porque donde hay dos siempre hay tres–, que radica sobre todo en un aspecto invisible pero evidente a los sentidos: los ritmos de África. Pero lo afro en La Chica es americano, y esa es la base no solo de la música de buena parte de sus canciones, sino de la religiosidad de su obra: los negros, esa etnia preciosa, oscura y reprimida que, tras sufrir la dislocación de la esclavitud –sin duda una de las más crueles y sostenidas torturas de la humanidad– solo podían mantener sus tradiciones y evocar su tierra a través de la sensualidad de sus cantos, ritmos y bailes, es decir, el cuerpo: el templo donde habitaban sus fantasmas, sus antepasados.
Por motivos de extensión debo advertir que no podré adentrarme en esto tanto como me gustaría, aunque igual haré el intento, a sabiendas de que también quedaré en deuda. Pero antes, además de pedir disculpas por lo atropellado de las próximas líneas, quiero sugerir un juego, ya no entre imágenes visuales, sino de resonancias de la lengua: aphros (afro), que es de donde viene el nombre de Afrodita, en griego quiere decir espuma. La diosa nacida en el mar.
En sus canciones La Chica invocará a Yemayá, deidad africana, diosa madre del océano, pero como donde hay dos hay siempre una más, aprovecharé de traer a colación algo que escuché en una entrevista que Sophie Fustec le concedió a LatinaXTransfer. La Chica cuenta que en Mérida, Venezuela, la tierra de sus abuelos, se vio involucrada con ritos de religiones indígenas, que intuyo, pueden ser los de María Lionza.
En relación al origen de esta diosa, cuenta Gilberto Antolínez en la versión más conocida del mito, que escuchó de joven que los indígenas Jirajara-Navir solían contar:
(…) viniendo los tiempos nacería una doncella, hija de cacique, con los ojos de tan extraño color que de mirarse en las aguas de la laguna, jamás podrían distinguirse las pupilas. Tan pronto como esta mujer de ojos de agua se viese espejada en alguna parte, por el doble hueco de las niñas de la imagen, iría saliendo una serpiente monstruosa, genio de las aguas… (Antolínez 69)
El primer tema de su último álbum, La loba, titulado “3” –una ofrenda, bellísima, que hizo La Chica para este disco, en el que la artista busca una energía más profunda con el amor, la muerte y la religiosidad– es la plegaria con la que arranca el ritual de La loba: “Toca mi tercer ojo con tu mente”, pide, y enseguida confirma: “Nos bañamos con tu esencia / Huesos y caracolas con Yemayá”. En este disco el agua es uno de los elementos primordiales para poder establecer una conexión con los muertos y la sanación. Un poco antes, en esa misma canción, dice:
Somos la energía (mi hermana)
Santa energia
Fusionamos para siempre
Trascendemos el amor
Oh, semillas semillas hermana sembramos hoy
Oh, mirando la muerte a los ojos sembramos
Oh, nos toca elevar el nivel de conciencia
Pura poesía somos
Saltamos a través del tiempo
En la portada del disco –imagen de la fotógrafa venezolana Adriana Berroterán, con escenografía de la artista colombiana Orly Anan– aparecen: Sophie en el centro; a su derecha, de rodillas, está el artista David Miguel Herrera –cuya obra ocupa un lugar importante en el lenguaje visual de La Chica, desde el proyecto llamado Máscaras de alambre, que lleva junto a Pablo Cobo Ruiz (director del videoclip “Agua”)– y a la izquierda, arrodillado también, sale su hermano, Pablo Fustec –fallecido recientemente y a quien está dedicado el disco.
Portada del álbum La loba, Adriana Berroterán
Como dije más arriba, y como podrá comprender quien lea estas líneas, lo que me queda por decir en relación a La loba es una deuda. Pero para no hacerla aún más grande debo mencionar una última cosa.
Las líneas que dicen “nos toca elevar el nivel de conciencia” no son gratuitas. La canción que da nombre al disco, “La loba”, es un canto de sanación que desde lo cósmico, lo ritual, lo espiritual y la belleza, en su punto más álgido, se afirma en un terreno político y convoca a las hermanas que siembran profundo, gritando: “¡El despertar de las brujas es real!”.
“La loba” (min 0:45), La Chica, dirigido por Marion Castéra
“La loba” (min 1:11), La Chica, dirigido por Marion Castéra
“La loba” (min 2:05), La Chica, dirigido por Marion Castéra
“La loba” (min 4:08), La Chica, dirigido por Marion Castéra
Agradecimientos
Quiero agradecer a Patricia Velasco y Pamela Rodríguez por el espacio en el blog de la Sala Mendoza. Así mismo van las gracias a la colaboración de Temple Caché, al talento de todos los artistas y productores mencionados, y especialmente a Sophie Fustec, por la receptividad y apertura para la escritura de este ensayo.
Bibliografía
Baudelaire, Charles. Las flores del mal en Obra completa en poesía. Edición bilingüe. Trad. Enrique Parellada. Libros Río Nuevo. España, 1983.
Breton, André. Nadja. Éditions Gallimard. Francia, 1928.
Casanova, Giacomo. “Prefacio” en Histoire de ma vie. Traducción personal.
Goethe, Johann Wolfgang von. Fausto. Trad. Pedro Gálvez. Penguin Clásicos. España, 2013.
Keats, John. Odas y sonetos. Edición bilingüe. Trad. Alejandro Valero. Ediciones Orbis. España, 1997.
Antolínez, Gilberto. En De que vuelan, vuelan. Imaginarios religiosos venezolanos, de Michaelle Ascencio. Editorial Alfa. Venezuela, 2012.
Luis Mancipe (Caracas, 1993)
Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela (2017), casa de estudios en la que colaboró como profesor asistente. Trabajó en la galería de arte Abra Caracas y en la librería Lugar Común. Ha publicado crónicas y ensayos sobre artes plásticas y literatura en distintos medios digitales. Desde el 2018 reside en Buenos Aires. A la fecha se dedica a dar talleres de lectura de imágenes y es editor del Papel Literario en su versión PDF.
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